© Rafael López-Monné
Su padre era el masovero del Mas dels Arcs. Cuando le pidieron permiso para plantar viñas en aquel rincón delante de la masía, la respuesta fue un no rotundo, de una gravedad insospechada, nada habitual. Al cabo de unos días, dio con el quid de la cuestión. La masía había sido un hospital de sangre en la Guerra del Francés y, bajo la tierra de aquella rinconada, descansaban centenares de cuerpos de soldados franceses muertos, soldados del gran Bonaparte, los mismos que pasaron, a sangre y fuego, por la ciudad. Demasiado dolor para hacer vino.
Años más tarde, los hermanos Puig y Valls, levantaron en su lugar una cruz y plantaron cipreses. Estos prohombres fueron unos grandes enamorados de los árboles, grandes defensores de los efectos civilizadores y terapéuticos de los bosques. Hoy en día, todavía se puede ver la cruz y las ruinas del cortijo dentro del parque del Pont del Diable, a pocos metros del acueducto romano de las Ferreres.
© Rafael López-Monné
Tarragona tiene un término municipal muy extenso con una gran cantidad de espacios naturales, tres de los cuales están protegidos por el Plan de Espacios de Interés Natural (PEIN):