Nos trasladamos a finales del siglo XIX, hasta un día cualquiera de un mes de septiembre. La Part Alta, el centro histórico de Tarragona, bulle de actividad: los payeses se han instalado en la calle de les Coques para vender lo que les ha dejado la huerta, el sonido de las herraduras contra el empedrado anuncia la llegada de caballos y mulas con el fruto de la vendimia y los niños esperan con ansia a ver si les cae algún grano para dar rápida cuenta de él y para que les dejen chafar la uva antes del prensado.
El aroma dulce del mosto envuelve las calles; risas, frases cordiales entre vecinos y el sonido de las herramientas flotan en el ambiente. Los toneleros ensamblan las duelas de madera que dan forma a las barricas, los vidrieros templan el vidrio que se convertirá en garrafas y damajuanas, los cesteros doblan el mimbre para hacer cestas que protegerán los frágiles recipientes de cristal y los latoneros hacen unos embudos muy particulares, con el cono inferior acodado. Son los embudos que se utilizarán algunas semanas más tarde durante la fiesta de la Embutada para celebrar la llegada del vino novel, generalmente durante las primeras semanas de noviembre. El refranero de esas fechas, especialmente el dedicado a San Martín, el 11 de noviembre, está lleno de alusiones al vino novel: «San Martino, bebe tu vino y deja el agua para el molino» o «Por San Martino, todo mosto es buen vino», son algunos ejemplos.
Esta fiesta, de la que hay constancia desde ese lejano siglo XIX, creció paralela al auge del comercio del vino que se vivió en Tarragona, cuando la ciudad se convirtió en una potencia exportadora. La calle Reial estaba llena de almacenes y en la Part Alta había una cuarentena larga de pequeñas bodegas que elaboraban vino en los bajos de las casas. Cal Trip, Pau del Blau, Ca l’Armengol —frecuentado por los asiduos a misa—, y las bodegas del Delme i del Morillo o la d’en Segura, eran algunas de las más conocidas. De todas ellas colgaba una rama de pino en la puerta cuando el vino novel estaba listo. La Part Alta estaba segmentada entre payeses y pescadores —todavía no existía el barrio de El Serrallo—, gremios que integraban las agrupaciones de castellers de la época.
Durante los días de la Embutada recorrían las bodegas para levantar algunos pilares e intentar, a cambio, conseguir un trago de vino gratis. Embudo en mano, los grupos de amigos y familiares se entretenían con un divertido juego: iban pasándose el embudo lleno, tapando con un dedo la salida, para ir bebiendo por turnos. Aquel que se quedaba sin vino tenía que pagar la siguiente ronda. La estrategia estaba servida, había quien daba un largo trago si era el primero en empezar el juego, o cortísimo, apenas una gota, si estaba a punto de acabarse.
Este vino joven, seguramente, se servía directamente desde los cups donde había fermentado. Era un vino hecho de todas las variedades que los payeses tenían en el campo, buscando el máximo aprovechamiento más que la calidad del resultado. Era afrutado, más cerca del mosto que de un vino con estructura, y también de temporada, para consumir en los siguientes tres o cuatro meses. Con la desaparición de las últimas bodegas del casco histórico de la ciudad, en los años sesenta, también se diluyó la celebración de la Embutada.
© Rafa Pérez
Dice Berna Ríos de Santa Teca, la asociación encargada de recuperar esta emblemática fiesta, que en la primera edición hubo personas que asistieron con uno de esos antiguos embudos que todavía conservaban en casa, algunas de ellas familiares directos de los viticultores. La Embutada, en su formato actual, liga el mundo del vino con la gastronomía de territorio y la cultura. Intentan trabajar con productores de vino natural o con mínima intervención, que traen sus propuestas para presentarlas al público. Algunos viticultores no tienen un vino que encaje en la tipología de novel, pero todos aportan algún vino que ya ha fermentado y que todavía no se ha embotellado, permitiendo compararlo con otras añadas para saber en qué se puede convertir cuando el ciclo esté completo. «Es un lujo probar un vino flor, acabado de nacer. Pero aún es un lujo mayor tener cerca a todos estos productores que son valorados en muchos países del mundo y poder probar sus vinos por tan solo un par de euros la copa», destaca Berna Ríos.
Hay fiestas del vino novel en Francia, como la celebérrima celebración del Beaujolais nouveau; los heuriger austriacos cuelgan la rama de pino en la puerta cuando tienen listo el vino del año, pero la particularidad del embudo hace única a la fiesta de la Embutada, plenamente consolidada en Tarragona y con posibilidades de convertirse en una importante cita en el calendario para todos los amantes de la cultura y la tradición vinícola.
© Rafa Pérez
La 8.ª edición de la Embutada se celebra a lo largo de la semana del 4 al 10 de noviembre en la plaza del Rei y en el Espai Turisme de la calle Major de Tarragona. Está previsto que este 2024 asistan más de treinta bodegas para presentar sus vinos, presencia que se complementará con la oferta gastronómica de restaurantes como El Cortijo, Portal22 o La Clotxa. Se realizará un itinerario cultural —tanto el sábado como el domingo— por la Part Alta, a cargo de Julio Villar Robles, para conocer la ubicación de antiguas bodegas, curiosidades y los negocios que se llevaban a cabo en casas nobles como el Antiguo Ayuntamiento. Además, el evento contará con varias actuaciones musicales y con la participación de artesanos del vidrio, de la cestería y boteros. A lo largo de la semana, se realizarán una serie de propuestas culturales en torno al mundo del vino con la colaboración activa de diferentes asociaciones y entidades de la ciudad.