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Josep Maria Jujol adaptó en 1908 las instalaciones de la escuela del Patronato del Obrero hasta convertirlas en un teatro construido con unos criterios decorativos y simbólicos poco habituales. Entre el espacio que salvaba los desniveles entre dos calles colocó la platea, la boca del escenario y dos pisos superiores de butacas. El esqueleto del edificio era para Jujol un barco que conducía a todos los fieles de su interior, los espectadores, hacia los mares de la salvación. Por ello en el interior hay una serie de elementos que recuerdan al visitante esta idea: barandillas trabajadas como las de los barcos, pasamanos que son agujas de tejer redes, dedicatorias a la Virgen; en las escaleras, peces y una quilla de barco que nos sitúa en el fondo del mar. Jujol se podía permitir el lujo de romper cualquier esquema. Tanto en el interior como en el exterior encontramos ventanas, colores y espacios que distan de la estética normativa de un teatro; de hecho, aplicando su lenguaje plástico el artista se anticipaba unas décadas al uso de lenguajes que resultarían tan innovadores como cuando construyó su particular barco en forma de teatro.

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