En el siglo II a.C. Tarraco se dotó de una gran muralla que delimitaba el perímetro urbano. Su longitud era de unos 3.500 m, de los que se conservan actualmente 1.100, que rodean el casco antiguo. La parte más interesante se puede visitar en el Paseo Arqueológico, donde se pueden observar diversos lienzos perfectamente conservados, que muestran el particular zócalo de bloques megalíticos, así como también dos de las seis poternas y una puerta de acceso al tráfico rodado. De las tres torres destacan la del Arzobispo, con notables reformas medievales, y la de Minerva, que contiene la escultura y la inscripción romanas más antiguas de la Península Ibérica.