Incluso cuándo había mala mar, con la barca de pesca moviéndose arriba y abajo, Enrique se encerraba en su minúscula cocina e intentaba cocinar alguna cosa caliente. En invierno, la humedad afila el frío del mar, que corta de lo lindo, incluso aquí, en el Mediterráneo. Entonces, un simple suquet de bocanegra con patatas con alioli, o con un romesquet, se convertía en un manjar de los Dioses. Sabroso y reparador.
La cocina tradicional de Tarragona va descalza y huele a mar. De mar y de huerta, claro. La salsa por excelencia es el romesco, que incluso da nombre al plato. Los ingredientes no pueden ser más mediterráneos: aceite de oliva, tomates asados, almendras o avellanas. Poco a poco, los restauradores más comprometidos con la herencia gastronómica de la ciudad, recuperan la simpleza y, al mismo tiempo, la potencia de la cocina marinera tradicional. Apuestan, por ejemplo, por un pescado menos conocido, pero tremendamente sabroso. La clave no es ningún secreto: un buen producto, respeto y autenticidad. Es entonces, cuando menos, es más.
Con sabor a mar